martes, 17 de agosto de 2010

FERNANDO III TAMBIÉN EN PALENCIA


La A.C.T. Fernando III el Santo celebró el último fin de semana de mayo la festividad de San Fernando con la tradicional misa en la capilla de San Fernando de la Catedral palentina. Además se celebró una cena de hermandad en la que participaron gran parte de sus socios, así como nuevos simpatizantes de la Asociación.

Durante la cena, se recordó todo lo hecho durante el último año por la Asociación, que aunque no ha sido poco, no debe de ser más que la primera piedra de un proyecto que necesariamente deberá seguir creciendo cada año.

Desde Sevilla felicitamos a nuestra asociación hermana en Palencia por su incesante actividad y por su crecimiento constante; Esperamos volver a encontrarnos con ellos en breve para confraternizar y seguir estrechando los lazos entre ambos proyectos asociativos.

Un fuerte abrazo para todos nuestros hermanos palentinos.



+ info de la A.C.T. Fernando III de Palencia:

http://actfernandoiiielsanto.blogspot.com



domingo, 15 de agosto de 2010

RAÍCES


Pocas pruebas del estado de postración de nuestro pueblo resultan tan contundentes como el enorme desconocimiento que posee sobre sí mismo, sus orígenes, su cultura, sus tradiciones, su historia. En la era de la escolarización general obligatoria, de la desaparición del analfabetismo, de millones de licenciados universitarios, en la época en la que la Arqueología, la Antropología, la Etnología, la Sociología, o el estudio de las Historias Medieval, Moderna y Contemporánea han gozado de un enorme desarrollo metodológico, de investigación, y cuentan con una enorme capacidad de irradiación de sus conclusiones al público en general, en la era de la televisión digital y de Internet… gran parte de la sociedad española continúa convencida de que los habitantes de esta Península descienden en buena medida de los árabes, y que muchas de las costumbres, festejos, ritos y tradiciones ancestrales serían de origen árabe[1]. Como enorme sería la huella lingüística árabe en las lenguas romances españolas[2]. En realidad, y sin entrar en las razones de fondo, el hecho de que estas ideas hayan calado entre los españoles es debido en parte a la constante labor de desinformación iniciada, como una lluvia incesante, en las escuelas y proseguida en radios, televisiones, publicaciones, exposiciones. Un martilleo incesante en el que colaboran políticos, periodistas, artistas y escritores, cuyo bagaje argumentativo muestra, en palabras de Serafín Fanjul (op. cit, p. 194-5): «…de modo dramático la indigencia documental y discursiva de algunos de los gurús omnipresentes en la inculta cultura española actual». Y si en algún territorio de nuestro país esto ha alcanzado cotas de histerismo es, como no, en Andalucía. Tierra en la que, además, a las memeces sobre el nardo y la chumbera, se han sumado las sandeces sobre el duende gitano ¡Qué cruz la de la Tierra de María Santísima!

Sin ser andaluz, los muchos años que he tenido la ventura de residir en una bellísima ciudad castellana del valle del Guadalquivir me han permitido ser testigo de los tristes efectos de esa lluvia, las más de las veces una llovizna persistente, pero demasiado a menudo un diluvio torrencial. Y me han obligado a oír las necedades de concejales y consejeros de «cultura», de periodistas y cronistas locales, o (éstas verdaderamente impagables) las de los políticos y militantes «nacionalistas andaluces», por no mencionar las de los lugareños convertidos al Islam o los musulmanes foráneos, que si no estuviesen originadas por una evidente motivación política y unos intereses absolutamente ajenos (en verdad radicalmente contrarios) al pueblo andaluz, constituirían una poderosa razón para iniciar expedientes de ingreso en clínicas mentales a quienes las rebuznan (con perdón de los nobles y sufridos jumentos por la comparación).

El espacio de un pequeño artículo no permite una exposición exhaustiva, ni siquiera una mera enumeración, de los ciclos festivos, los ritos, tradiciones, etc. que reflejan la naturaleza étnica (en todos los sentidos del término) de las gentes que pueblan la actual región de Andalucía y que testimonia su directa vinculación con el pueblo situado al inmediato septentrión, del que procedieron en su enorme mayoría los ancestros de los actuales andaluces[3]. Tampoco voy a entrar a describir y explicar los mecanismos sociales que desde hace apenas un siglo han popularizado algunos de los rasgos folklóricos más conocidos de la Andalucía actual como el flamenco, el «traje de gitana», etc.[4]. Otros lo han hecho ya con mucho mayor conocimiento de causa. Por mi parte, me voy a limitar a transcribir y comentar muy brevemente unos párrafos sobre etnología andaluza de Julio Caro Baroja entresacados de su conocido trabajo Los Pueblos de España, Madrid 1981 3ª edición. En las páginas de esta obra del antropólogo vasco se entremezclan párrafos en los que se aúnan juicios muy certeros con opiniones muy erradas sobre la realidad andaluza, combinación que, salida de un investigador de la talla de Caro Baroja, muestra el grado de confusión existente sobre la personalidad étnica de nuestro pueblo.

En las páginas 318 y ss. del vol. II, podemos leer: «El bereber, el indígena del África occidental ofrece características somáticas muy diversas a las del andaluz en conjunto (suponiendo, lo cual es mucho suponer, que haya un “tipo andaluz”). En cambio en el extremo sur de Andalucía, en Cádiz, se señala un núcleo de semibraquicéfalos cuyo origen puede estar en emigraciones de braquicéfalo armenoides (…)Ahora, los que hacen de éste el tipo general no dejan de cometer una falsedad, como la cometen también los que creen que en Andalucía todo es “flamenquismo”. Muchas de las costumbres de Castilla y del Norte se repiten allí, aunque otras de aire más peculiar caractericen el pueblo; paralelamente, el tipo europeo nórdico se halla, así como otro de aire romano, robusto y pesado, particularmente en las tierras altas, en donde las costumbres de clara raigambre europea están más enraizadas.

Entre ellas llama la atención la danza de espadas que tiene lugar con motivo de varias procesiones de fiestas invernales y primaverales (San Antón, San Benito y otras fiestas de marzo o abril) en el pueblo de Obejo (Córdoba). Existe en él una hermandad que tiene por patrono a San Benito, cuyos hermanos se dividen en “orantes” y “danzantes”. Un hermano mayor hay al frente de ésta que interviene en la danza de modo singular, danza que siempre que hay alguna calamidad debe ejecutarse En general, los fines de ella se reflejan de modo manifiesto en esta letrilla, que la suele acompañar, dicha por los que van en procesión: “Agua, Padre Eterno, agua, Padre Mío, que se van las nubes, sin haber llovido”. En tanto que dura la procesión, deben bailar los hermanos danzantes. La danza consta de cuatro tiempos de los cuales el de los puentes se parece al correspondiente de la espatadantzavizcaína. De repente, el hermano mayor, o danzante principal que va a la cabeza, queda aprisionado por los demás, que le apuntan al acuello con sus espadas. A este momento, tras el cual continúa la danza, se llama la “horca”. Esta hermandad, con sus cofrades de categorías diversas, su praesul, etc., recuerda de modo claro a las de los salios y otras romanas, uno de cuyos fines era impetrar ayuda del cielos para que la cosecha fuera buena».

La constatación de la nutrida presencia de las tipologías európidas en toda Andalucía no sólo procede de la experiencia personal del antropólogo sino de los resultados de ya una bastante extensa bibliografía antropológica que corrobora dicha densidad y a la que éste autor hace referencia más adelante[5]. Más allá de la presunta filiación romana o la analogía de uno de los tiempos con otro de la famosa danza vizcaína que sugiere Julio Caro Baroja, quien obvia la estrecha relación de las muy difundidas danzas de paloteo castellanas con las germánicas como la antropología alemana de principios del siglo pasado puso de manifiesto[6], y es que, dicho sea de paso, a Julio Caro Baroja, le costaba ver elementos etnológicos germánicos fuera del ámbito suevo-gallego, es éste un ejemplo entre muchos del tipo de costumbres presentes en las tierras meridionales y que, compartidas por gran número de pueblos peninsulares del ámbito castellano, son testimonios del secular proceso de repoblación. Los mismos ejemplos cabría encontrarlos sobre juegos tradicionales, o costumbres relativas a casamientos o muerte, a estructuras jurídicas o económicas, etc. Toda una Andalucía castellana, una Castilla andaluza, invisible para el turista y el buscador de exotismo, vive y trabaja día a día para quien quiera verla. Basta con mirar. Y, claro, saber ver[7].

Sin embargo, unas páginas más arriba escribe unos párrafos en los que se incluyen algunas afirmaciones más discutibles (p. 301 y ss.): «Es de temer que la mayoría de los retratos o descripciones del andaluz sean falsos y caricaturescos. Pero se puede notar en casi todos coincidencia en admitir que en Andalucía hay algo que no es propiamente “europeo”, y que acaso tampoco sea debido al influjo árabe, sino anterior. Este elemento no europeo permanente aparece más claramente definido, desde el punto de vista somático por lo menos, en las clases humildes y pobres que en las aristocráticas. Los antropólogos en general, al estudiar los rasgos físicos de las diversas partes de España, han llegado a establecer estadísticas provinciales bastante minuciosas, pero se han curado muy poco de indicar diferencias perceptibles en las distintas clases y de alcanzar cifras promediales que tengan en cuenta la realidad geográfica física y no límites políticos y administrativos convencionales (…) El elemento mediterráneo arcaico andaluz popular ofrece peculiaridades físicas y psicológicas tales que ha permitido que una raza como la gitana se sume a él en forma única acaso en España. Las influencias del gitano sobre el andaluz han sido grandes y viceversa». En efecto, son muy certeros tanto la crítica de Caro Baroja a la práctica de ignorar la Sociología en la metodología de la Antropología física, como la identificación de ese elemento antropológico que acertadamente califica de «mediterráneo arcaico», elemento que, por lo demás, ni mucho menos es predominante, ni exclusivo de Andalucía, sino que está presente en mayor o menor proporción en toda la Península. Sin embargo, sería necesario matizar mucho su afirmación relativa a la agregación de este tipo con la raza gitana. El y lo gitano han permanecido hasta hoy como algo profundamente ajeno al conjunto del pueblo andaluz que todavía se autodenomina, al menos entre la población rural, como «castellano», denominación orgullosa que encierra una conciencia de pertenencia cerrada, ajena a «moros» y «gitanos». La simbiosis entre grupos marginales gitanos y grupos marginales andaluces ha producido la cristalización de otros grupos igualmente marginales, «mecheros» y demás, situados al margen de la estructura social castellana y de su, para decirlo etno-biológicamente con I. Schwidetzky, «círculo de reproducción». Basta conocer las barriadas donde conviven grupos gitanos y grupos andaluces humildes para percibir la infranqueable barrera invisible que los separa (y haber sido testigo de las curiosas artimañas para evitar que familias gitanas accedan a viviendas en edificios ocupados por familias andaluzas, por muy humildes que éstas sean). Y sí, es cierto que el gitano a asumido, transformándolos hasta conseguir dotarlos de una forma y un fondo propios, algunos elementos folklóricos, esencialmente de canto y danza, lo cierto es que esto no es sino un práctica habitual de los pueblos nómadas al contacto con sus pueblos huéspedes. Ni en los ciclos festivos, ni en los ritos de paso a la edad adulta, de noviazgo, casamiento o muerte, ni en las prácticas económicas ya sean agrícolas, ganaderas o comerciales, ni en el campo de la artesanía o las Artes Mayores, ni, por supuesto, en el de la ética, la psicología, la religión o el pensamiento las, como dice Caro Baroja, «influencias del gitano sobre el andaluz han sido grandes». Sencillamente, y salvo el dichoso «vestido de gitana», no han existido[8].

Andalucía no es sino el sur de Castilla, le pese a quien le pese. La Marca de Meridión de una Europa acosada y moribunda, que fue reconquistada con la espada y el arado por los antepasados de los actuales andaluces, a quienes se les ha obligado, sin saberlo, a renunciar a los Leones y Castillos bajo los que sangraron sus antepasados en cien guerras, y a izar como propia una bandera diseñada con los colores del Islam. A enarbolar la bandera de su enemigo de hoy y de ayer. La bandera del olvido y la muerte de su identidad.

Olegario de las Eras

[1]En un debate televisado, uno de los matadores de toros contertulios afirmó, ante un Sánchez Dragó atónito que no podía creer lo que estaba oyendo, que la Fiesta de los toros era una costumbre traída por los moros.

[2]El Catedrático de Literatura Árabe de la Universidad Autónoma de Madrid Serafín Fanjul en su libro, Al-Andalus contra España, p. 190 cuantifica: «…el caudal de arabismos presentes en castellano: entre 850 y 1.000 arabismos simples, que con sus derivados alcanzarían un total de 4.000» y más adelante citando al propio Américo Castro, p. 194 recuerda que: «la estructura gramatical (del castellano)no fue afectada por el árabe», rematando la cuestión al añadir a continuación: «Y la fonética tampoco: más bien sucedió lo contrario al sufrir el dialecto (o dialectos) hispanoárabes el influjo de los hablantes hispanos, musulmanes o no».

[3]La bibliografía sobre el proceso reconquistador y repoblador de Andalucía es muy extensa pero para una visión de conjunto del proceso de expulsión y sustitución étnica recomendamos los siguientes títulos: M. González Jiménez, En torno a los orígenes de Andalucía, Sevilla 1988, 2ª ed.; C. Segura, La formación del pueblo andaluz, Madrid 1983; Juan Jesús Bravo Caro, Felipe II y la repoblación del Reino de Granada, Granada 1995; y en gallego, Fernando Cabeza Quiles, Galegos en Las Alpujarras granadinas, Noia 2003. Por otro lado, basta cotejar cualquier trabajo de conjunto sobre la etnología o los ciclos festivos de Castilla la Vieja, León, Castilla la Nueva, Extremadura y Andalucía para descubrir la casi exacta correspondencia que existe entre ellos, véase, por ejemplo J. L. Alonso Ponga, Tradiciones y costumbres de Castilla y León, Valladolid 1982; C. González Casarrubios, Fiestas Populares en Castilla-La Mancha, Ciudad Real 1985 y M. Alvar, Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía, Granada 1961 o E. Aguilar, Cultura popular y folklore en Andalucía, Sevilla 1990.

[4]La llegada en los últimos años de nutridas comunidades de gitanos procedentes de la Europa oriental me ha permitido ver coincidir, en época de Feria, a mujeres andaluzas ataviadas con sofisticados «trajes de andaluzas», con gitanas vestidas a su modo tradicional, a saber, con vestidos largos de tirantes o faldas largas estampadas con flores o lunares, es decir, el prototipo del traje que lucen las primeras, quienes, al mismo tiempo que muestran un gran rechazo por la mera cercanía física de las gitanas, no parecen darse cuenta de que su «disfraz folklórico» procede de la vestimenta femenina tradicional «romaní» que lucen dichas mujeres. Por lo demás, también he podido comprobar que muchas de las bellas andaluzas, altas, de cabellos, piel y ojos claros, de carácter mesurado y movimientos pausados, descendientes de leoneses y castellanos o de bávaros de las repoblaciones carolinas, lucen esos disfraces con la misma gracia con la que lo haría un carrista de la División «Leibstandarte»: se trata de un modo de vestir que no encaja con la naturaleza psico-física de amplias capas de la población andaluza. Un siglo atrás, sus antepasadas vestían en fiestas con corpiños, refajos, alpargatas, blusas, haldas, tocas, mantillas y demás prendas tradicionales, análogas a las empleadas por las mujeres del conjunto de la Corona de Castilla, como cualquiera puede constatar sin esfuerzo al observar antiguas fotografías de los pueblos andaluces en fiestas.

[5]Baste por mi parte citar el ya antiguo pero muy exhaustivo y científicamente impecable trabajo del Dr.Luis Sánchez Fernández “El hombre Español útil para el servicio de las armas y para el trabajo. Sus características antropológicas a los 20 años de edad” 1911, en el que los datos que ofrecen las provincias andaluzas las sitúan muy por encima de la media española en cuanto a porcentaje de rasgos propios de la tipología nórdica, entre las que podemos mencionar, por ejemplo, a Jaén con un 22’55 % de cabellos rubios.

[6]Véase, Antonio Hernández, "Las Castillas y León. Teoría de una Nación", Guadalajara 1982, pp. 65-6, y notas 16, 17, 18.

[7]Para todo visitante de la ciudad de Córdoba resulta abrumadora la insistencia que desde las instituciones públicas se hace en revalorizar el pasado musulmán y la huella judía, intentando mostrarlos como algo «vivo y actual», política centrada en la Mezquita-Catedral, los restos arqueológicos de Medina Azahara y la lóbrega Sinagoga. Nombres de calles y hoteles dedicados a literatos, personalidades o ciudades musulmanas o hebreas harían el resto. Sin embargo, miles y miles de turistas abandonan la ciudad sin sospechar siquiera la existencia de casi una veintena de iglesias construidas en la segunda mitad del siglo XIII y comienzos del XIV cuyos «…elementos arquitectónicos y decorativos son de tradición románica y de un gótico incipiente, proveniente fundamentalmente de la región burgalesa, pero son adaptados a la zona en la que se implantan y esa implantación es la que origina un modelo exclusivo de Córdoba…». Mª Ángeles Jordano et alii, Iglesias de la Reconquista. Itinerarios y Puesta en valor, Córdoba 1997, p. 29. Estas iglesias constituyeron y constituyen todavía los nudos del entramado de una topografía espiritual y social realmente viva de la verdadera Córdoba, la castellana y repobladora.

[8]De hecho, en las dos páginas siguientes que dedica a la cuestión, Caro se limita a hablar sobre las prácticas de las hechiceras andaluzas, castellanas y gitanas y a contraponerlas a las vascas, en función de una diferente estructura social: patriarcales unas y matriarcal la otra. De las influencias de lo gitano sobre lo andaluz en cuestión ni un solo ejemplo.